Cómo concebimos el mundo
- otrasciencias
- 27 ene 2020
- 10 Min. de lectura
La estructura económico-social que rige en el planeta Tierra es el capitalismo,
“El capitalismo es un sistema social, o sea una forma como en una sociedad están organizadas las cosas y las personas, y quien tiene y quien no tiene, y quien manda y quien obedece. En el capitalismo hay unos que tienen dinero o sea capital y fábricas y tiendas y campos y muchas cosas, y hay otros que no tienen nada sino que sólo tienen su fuerza y su conocimiento para trabajar; y en el capitalismo mandan los que tienen el dinero y las cosas, y obedecen los que nomás tienen su capacidad de trabajo.”
Sexta declaración de la selva lacandona.
Como muestra, todos los países del mundo deben seguir acuerdos y políticas internacionales dictadas por organismos como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el Fondo Monetario Internacional y la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE).
El capitalismo ha propiciado la actual crisis ambiental: extinciones masivas, incendios, contaminación, destrucción de hábitats naturales, aumento en las emisiones de gases de efecto invernadero, descongelamiento de los polos son algunas evidencias del cambio climático. Pero no sólo, también ha propiciado la actual crisis alimentaria, social, migratoria y económica.
Toda sociedad capitalista es patriarcal. En palabras de Dolors Reguant, el patriarcado:
es una forma de organización política, económica, religiosa y social basada en la idea de autoridad y liderazgo del varón, en la que se da el predominio de los hombres sobre las mujeres; del marido sobre la esposa; del padre sobre la madre, los hijos y las hijas; de los viejos sobre los jóvenes y de la línea de descendencia paterna sobre la materna. El patriarcado ha surgido de una toma de poder histórico por parte de los hombres, quienes se apropiaron de la sexualidad y reproducción de las mujeres y de su producto, los hijos, creando al mismo tiempo un orden simbólico a través de los mitos y la religión que lo perpetúan como única estructura posible.

Esta realidad patriarcal-capitalista actúa sobre todos los ámbitos de la vida, desde las relaciones sociales, las relaciones naturaleza-sociedad, las condiciones de vida y hasta en la capacidad creativa de la ciencia y el arte.
Un análisis político de la realidad con el que concordamos se encuentra en: http://enlacezapatista.ezln.org.mx/2018/08/20/300-primera-parte-una-finca-un-mundo-una-guerra-pocas-probabilidades-subcomandante-insurgente-moises-supgaleano/
A continuación reproducimos un fragmento de la lectura zapatista:
" El sistema capitalista está avanzando de forma de conquistar territorios, destruyendo lo más que pueda. Simultáneamente hay un ensalzamiento del consumo. Parece que el capitalismo ya no parece preocupado por quién va a producir las cosas, para eso están las máquinas, pero no hay máquinas que consuman mercancías.
En realidad, este enaltecimiento del consumo, esconde una explotación brutal y un despojo sanguinario de la humanidad que no aparecen en la inmediatez de la producción moderna de mercancías. La máquina que, automatizada al tope y sin la participación humana, fabrica computadoras o celulares, se sostiene, no en el avance científico y tecnológico, sino en el saqueo de recursos naturales (la necesaria destrucción/despoblamiento y reconstrucción/reordenamiento de territorios) y en la inhumana esclavitud de miles de ínfimas, pequeñas y medianas células de explotación de la fuerza de trabajo humana.
El mercado (ese gigantesco almacén de mercancías) contribuye a ese espejismo del consumo: las mercancías le aparecen al consumidor como “ajenas” al trabajo humano (es decir, a su explotación); y una de las consecuencias “prácticas” es darle al consumidor (siempre individualizado) la opción de “rebelarse” eligiendo uno u otro mercado, uno u otro consumo, o negándose a un consumo específico. ¿No se quiere consumir comida chatarra? No problema, los productos alimenticios orgánicos también están a la venta, y a un precio más elevado. ¿No consume conocidos refrescos de cola porque son dañinos a la salud? No problema, el agua embotellada es comercializada por la misma empresa. ¿No quiere consumir en las grandes cadenas de supermercados? No problema, la misma empresa le surte a la tiendita de la esquina. Y así.
Entonces está organizando la sociedad mundial dándole, aparentemente, prioridad al consumo, entre otras cosas. El sistema marcha con esa contradicción (entre otras): quiere deshacerse de la fuerza de trabajo porque su “uso” presenta varios problemas (por ejemplo: tiende a organizarse, protestar, hacer paros, huelgas, sabotaje en la producción, aliarse a otr@s); pero al mismo tiempo necesita el consumo de mercancías por parte de esa mercancía “especial”.
Por más que el sistema apunte a “automatizarse”, la explotación de la fuerza de trabajo le es fundamental. No importa cuánto consumo mande a la periferia del proceso productivo, o cuánto extienda la cadena de producción de modo que parezca (de “simular”) que el factor humano está ausente: sin la mercancía esencial (la fuerza de trabajo) el capitalismo es imposible. Un mundo capitalista sin la explotación, donde sólo el consumo prevalece, es bueno para la ciencia ficción, las elucubraciones en las redes sociales y los sueños perezosos de los admiradores de los suicidas de la izquierda aristocrática.
No es la existencia del trabajo la que define al capitalismo, sino la caracterización de la capacidad de trabajo como una mercancía que se vende y se compra en el mercado laboral. Esto quiere decir que hay quien vende y hay quien compra; y, sobre todo, que hay quien sólo tiene la opción de venderse.
La posibilidad de comprar la fuerza de trabajo está dada por la propiedad privada de los medios de producción, de circulación y consumo. En la propiedad privada de estos medios está el núcleo vital del sistema. Sobre esta división de clase (la poseedora y la desposeída) y para ocultarla, se construyen todas las simulaciones jurídicas y mediáticas, así como las evidencias dominantes: la ciudadanía y la igualdad jurídica; el sistema penal y policíaco, la democracia electoral y el entretenimiento (cada vez más difíciles de diferenciar); las neo religiones y las supuestas neutralidades de las tecnologías, las ciencias sociales y las artes; el libre acceso al mercado y al consumo; y las tonterías (más o menos elaboradas) del “cambio está en uno mismo”, “uno es el arquitecto de su propio destino”, “al mal tiempo pon buena cara”, “no le des un pescado al hambriento, mejor enséñale a pescar” (“y véndele la caña de pescar”), y, ahora de moda, los intentos de “humanizar” el capitalismo, hacerlo bueno, racional, desinteresado, light.
Pero la máquina quiere ganancias y es insaciable. No hay un límite para su glotonería. Y el afán de ganancias no tiene ética ni racionalidad. Si debe matar, mata. Si necesita destruir, destruye. Aunque sea el mundo entero.
El sistema avanza en su reconquista del mundo. No importa lo que se destruya, quede o sobre: es desechable mientras se obtenga la máxima ganancia y lo más rápido posible. La máquina está volviendo a los métodos que le dieron origen -por eso nosotros les recomendamos leer la Acumulación Originaria del Capital-, que es mediante la violencia y mediante la guerra que se conquistan nuevos territorios.
Como que el capitalismo dejó pendiente una parte de la conquista del mundo en el neoliberalismo y que ahora tiene que completarlo. En su desarrollo, el sistema “descubre” que aparecieron nuevas mercancías y esas nuevas mercancías están en el territorio de los pueblos originarios: el agua, la tierra, el aire, la biodiversidad; todo lo que todavía no está maleado está en territorio de los pueblos originarios y van sobre ello. Cuando el sistema busca (y conquista) nuevos mercados, no son sólo mercados de consumo, de compra-venta de mercancías; también, y sobre todo, busca y trata de conquistar territorios y poblaciones para extraerles todo lo que se pueda, no importa que, al terminar, deje un páramo como herencia y huella de su paso.
Cuando una minera invade un territorio de los originarios, con la coartada de ofrecer “fuentes de trabajo” a la “población autóctona” (me cae que así nos dicen), no sólo está ofreciendo a esa gente la paga para comprar un nuevo celular de gama más alta, también está desechando a una parte de esa población y está aniquilando (en toda la extensión de la palabra) el territorio en el que opera. El “desarrollo” y el “progreso” que ofrece el sistema, en realidad esconden que se trata de sus propios desarrollo y progreso; y, lo más importante, oculta que esos desarrollo y progreso se obtienen a costa de la muerte y la destrucción de poblaciones y territorios.
Así se fundamenta la llamada “civilización”: lo que necesitan los pueblos originarios es “salir de la pobreza”, o sea necesitan paga. Y entonces se ofrecen “empleos”, es decir, empresas que “contraten” (exploten pues) a los “aborígenes” (me cae que así nos dicen).
“Civilizar” una comunidad originaria es convertir a su población en fuerza de trabajo asalariada, es decir, con capacidad de consumo. Por eso todos los programas del Estado se plantean “la incorporación de la población marginada a la civilización”. Y, en consecuencia, los pueblos originarios no demandan respeto a sus tiempos y modos de vida, sino “ayuda” para “colocar sus productos en el mercado” y “para obtener empleo”. En resumen: la optimización de la pobreza.
Y con lo de “pueblos originarios” nos referimos no sólo a los mal llamados “indígenas”, sino a todos los pueblos que originalmente cuidaban los territorios hoy bajo las guerras de conquista, como el pueblo kurdo, y que son subsumidos, por medio de la fuerza, en los llamados Estados Nacionales.
La llamada “forma Nación” del Estado, nace con el ascenso del capitalismo como sistema dominante. El capital necesitaba protección y ayuda para su crecimiento. El Estado suma entonces, a su función esencial (la de la represión), la de ser garante de ese desarrollo. Claro, entonces se dijo que era para normar la barbarie, “racionalizar” las relaciones sociales y “gobernar” para todos; “mediar” entre dominadores y dominados.
La “libertad” era la libertad para comprar y vender (se) en el mercado; la “igualdad” era para cohesionar el dominio homogeneizando; y la “fraternidad”, bueno, tod@s somos herman@s, el patrón y el trabajador, el finquero y el peón, la víctima y el verdugo.
Después se dijo que el Estado Nacional debía “regular” el sistema, ponerlo a salvo de sus propios excesos y hacerlo “más equitativo”. Las crisis eran producto de defectos de la máquina, y el Estado (y el gobierno en particular), era el mecánico eficiente siempre alerta para arreglar esos desperfectos. Claro, a la larga resultó que el Estado (y el gobierno en particular) era parte del problema, no la solución.
Pero los elementos fundamentales de ese Estado Nación (policía, ejército, lengua, moneda, sistema jurídico, territorio, gobierno, población, frontera, mercado interno, identidad cultural, etc.) hoy están en crisis: las policías no previenen el delito, lo cometen: los ejércitos no defienden a la población, la reprimen; las “lenguas nacionales” son invadidas y modificadas (es decir, conquistadas) por la lengua dominante en el intercambio; las monedas nacionales se valúan conforme a las monedas que hegemonizan el mercado mundial; los sistemas jurídicos nacionales se subordinan a las leyes internacionales; los territorios se expanden y contraen (y fragmentan) conforme a la nueva guerra mundial; los gobiernos nacionales supeditan sus decisiones fundamentales a los dictados del capital financiero; las fronteras varían en su porosidad (abiertas para el tráfico de capitales y mercancías, y cerradas para las personas); las poblaciones nacionales se “mezclan” con las provenientes de otros Estados; y así.
Al mismo tiempo que “descubre” nuevos “continentes” (es decir: nuevos mercados para extraer mercancías y para el consumo), el capitalismo enfrenta una crisis compleja (en su composición, en su extensión y en su profundidad), que él mismo produjo con este afán depredador.
Es una combinación de crisis:
Una es la crisis ambiental que está pegando en todas partes del mundo y que es producto también del desarrollo del capitalismo: la industrialización, el consumo y el saqueo de la naturaleza tienen un impacto ambiental que altera ya lo que se conoce como “planeta Tierra”. El meteorito “capitalismo” ya cayó y ha modificado radicalmente la superficie y las entrañas del tercer planeta del sistema solar.
La otra es la migración. Se están pauperizando y destruyendo territorios enteros y obligando a la gente a migrar buscando vida. La guerra de conquista, que está en la esencia misma del sistema, ya no ocupa territorios y su población, sino que pone a esa población en el rubro de “sobras”, “ruinas”, “escombros”, por lo que esas poblaciones o perecen o emigran a la “civilización” que, no hay que olvidarlo, se sostiene sobre la destrucción de “otras” civilizaciones. Si esas personas no producen ni consumen, sobran. El llamado “fenómeno migratorio” es producido y alimentado por el sistema.
Y una más –en la que nosotros estamos encontrando coincidencias con varios analistas en todo el mundo- es el agotamiento de los recursos que hacen andar “la máquina”: los energéticos. Los llamados “picos” finales en reservas de petróleo y carbón, por ejemplo, ya están muy cerca. Esos energéticos se agotan y son muy limitados, su reposición duraría millones de años. El previsible e inminente agotamiento hace que los territorios con reservas -aunque limitadas- de energéticos, sean estratégicos. El desarrollo de fuentes de energía “alternas” va demasiado despacio por la sencilla razón de que no es rentable, es decir, no se repone rápido la inversión.
Estos tres elementos de esa crisis compleja, ponen en entredicho la existencia misma del planeta.
¿La crisis terminal del capitalismo? Ni de lejos. El sistema ha demostrado que es capaz de superar sus contradicciones e, incluso, funcionar con ellas y en ellas.
Entonces, ante esas crisis que el mismo capitalismo provoca, que provoca migración, provoca catástrofes naturales; que se acerca al límite de sus recursos energéticos fundamentales (en este caso el petróleo y el carbón), parece que el sistema está ensayando un repliegue hacia dentro, como una antiglobalización, para poder defenderse de sí mismo y está usando a la derecha política como garante de ese repliegue.
Esta aparente contracción del sistema es como un resorte que se retrae para luego expandirse. En realidad, el sistema se está preparando para una guerra. Otra guerra. Una total: en todas partes, todo el tiempo y con todos los medios.
Se están construyendo muros legales, muros culturales y muros materiales para tratar de defenderse de la migración que ellos mismos provocaron; y se está tratando de volver a mapear el mundo, sus recursos y sus catástrofes, para que los primeros se administren para que el capital mantenga su funcionamiento, y las segundas no afecten tanto a los centros donde se agrupa el Poder.
Estos muros van a seguir proliferando, según nosotros, hasta que se vaya construyendo una especie de archipiélago “de arriba” donde, dentro de “islas” protegidas, queden los dueños, digamos, los que tienen la riqueza; y afuera de esos archipiélagos quedamos todos los demás. Un archipiélago con islas para los patrones, y con islas diferenciadas –como las fincas- con labores específicas. Y, muy aparte, las islas perdidas, las de l@s desechables. Y en el mar abierto, millones de barcazas deambulando de una a otra isla, buscando un lugar para atracar.
¿Ciencia Ficción de manufactura zapatista? Googlee usted “Barco Aquarius” y vea la distancia que media entre lo que describimos y la realidad... "
Comments